Las exigencias de la vida moderna nos impulsan a ser impiadosos con nosotros mismos: nos ponemos objetivos para cada etapa vital, organizamos el trabajo y lo cotidiano, pensamos en proyectos a futuro, intentamos conseguir la resolución inmediata de los problemas, nos proponemos retos personales… en síntesis, vivimos inmersos en una sumatoria de respuestas preparadas para ajustarnos exitosamente a las demandas del entorno.
Pero no somos dioses para encarar todos los desafíos y sin embargo, actuamos como si lo fuéramos. Perdemos conciencia de los límites que impone la capacidad humana. Generar comportamientos asertivos con los problemas del día a día. Si bien estamos aptos para encarar lo imprevisto, hacemos lo imposible para convertir lo incierto en certeza plena.
¿Qué es el estrés?
Este desafío cotidiano y poco concreto conlleva a lo que se ha conceptualizado como estrés, o para ser más precisos, distrés.
Existe un determinado nivel de estrés que podemos considerar “normal”, sentir tensión frente a decisiones difíciles que debemos tomar o sentir miedo frente a un peligro real.
Hay un estrés que nos ayuda a prepararnos para situaciones imprevistas, pero cuando la autoexigencia supera las posibilidades de cumplir con las metas impuestas, las tensiones se convierten en crónicas, excesivas, inhabilitantes y conducen a la angustia, estamos hablando del distrés.
El doctor Hans Selye, experto en estrés, define al distrés como “la proporción de deterioro y agotamiento acumulado en el cuerpo”.
La causa del estrés se atribuye a cualquier situación que una persona perciba como una prueba o amenaza que exija un rápido cambio, por lo tanto, es importante la posición mental frente a la evaluación de los factores o acontecimientos estresantes.
¿Cómo respondemos ante el estrés?
Las respuestas son físicas, cognitivas y conductuales. Entre las respuestas físicas se pueden identificar tres fases: alarma, resistencia y agotamiento.
El estado de alarma se produce cuando el cerebro percibe el factor causante de estrés. Inmediatamente envía mensajes a la glándula pituitaria, la cual inicia la segregación de una hormona que induce a otras glándulas a la producción de adrenalina. El efecto de la adrenalina es poner a todo el cuerpo en alerta, desencadenándose como respuesta lucha-huida, algunos de los siguientes síntomas: pulso rápido, aumento de la sudoración, estómago contraído, músculos en tensión, mandíbulas cerradas, respiración entrecortada, emociones intensas.
Estas reacciones de tipo físico son comunes a todos los mamíferos, pero en los seres humanos, la dimensión compleja de la mente permite interpretar las diferentes situaciones y generar una gran variedad de reacciones.
Entre los síntomas cognitivos mas frecuentes y generalizados observamos: incapacidad para concentrarse, dificultad para tomar decisiones, ideas fulgurantes, perdida de confianza en sí mismo, irritabilidad, insatisfacción, preocupaciones y ansiedad.
Respecto a los cambios conductuales podemos mencionar: tabaquismo, mayor consumo de medicamentos o alcohol, tics nerviosos, trastornos de la alimentación, trastornos del sueño, agresividad y anhedonia (incapacidad de sentir placer).
Distrés y sexualidad
Según Helen Kaplan “la depresión, el estrés y la fatiga pueden dañar de un modo profundo la sexualidad”. En este marco, el deseo sexual deviene nulo o escaso, el cuerpo se aleja de las emociones y se insensibiliza debido a alteraciones neurobiológicas que provocan la disminución de endorfinas. Éstas actúan como verdaderos mensajeros químicos y aumentan o disminuyen la capacidad de comunicación entre las células nerviosas. Cada vez que se experimenta placer, se ponen en juego las endorfinas: a menor producción de endorfinas aumenta el displacer y hay menos percepción de estímulos; a mayor estrés disminuye la libido.
Pero además el estrés hace que aumente el nivel de cortisol (hormona esteroide producida por la corteza suprarrenal) en la sangre. El alto nivel de cortisol reprime la mayoría de las funciones orgánicas, incluyendo las sexuales y reproductivas.
El estrés afecta la sexualidad según cada persona, pero acuerdo a las consultas recibidas, en el hombre los síntomas más frecuentes son disfunción eréctil, eyaculación precoz o retraso eyaculatorio y en la mujer anorgasmia e inhibición del deseo sexual, temas que desarrollaremos próximamente.
Lic. Patricia Rodriguez