El folklore lleva a pensar, muchas veces, que cuando la sugerencia es formar parte de un grupo terapéutico, algo de lo tradicional nos falta y una modalidad, tal vez demasiado “nueva”, nos invita a pensarnos en un espacio diferente. Un espacio en el que un profesional talvez nos haga ciertas preguntas, cuyas respuestas podrían dejarnos “expuestos” frente a otros a los que no conocemos.
Un espacio del que pretenderemos una “atención especial” por parte del profesional que nos trate, que nos ayude a resolver nuestras inquietudes, nuestros dramas, dolor, angustias, dudas existenciales, nuestros complejos, sabiéndonos urgidos por quitarnos ese peso de encima pero… ¿Cómo compartir eso con los otros? ¿Cómo saber si seremos capaces de tolerar, sentados, a que otros descarguen sus angustias mientras uno necesitaría hacerlo ya mismo? ¿Qué nos podrá aportar otra persona que, al igual que uno, está sufriendo? ¿Qué podremos opinar sobre los otros, si, aparentemente, ni con nuestros propios obstáculos podemos?
¿Por qué parece ser recomendable formar parte de un grupo terapéutico?
Es que cuando el dicho popular profesa que no nacemos de un repollo, es así. Somos pensados, deseados, nacidos, crecidos, formados y desarrollados con y entre otros. De hecho, antes de conocer el mundo, al nacer, ya vamos formando parte de un entramado social, ya tenemos un vínculo, aunque sea a través del cordón umbilical.
En ese devenir que nos propone la vida vamos armando nuestra forma de ser, de sentir y de pensar, vamos aprehendiendo modalidades, en principio, de nuestras familias, de nuestro primer grupo de pertenencia.
Y también vamos forjando un carácter, una forma de relacionarnos con los diferentes grupos por los que pasamos (familia, colegio, trabajo, amistades, espacios de esparcimiento, redes sociales), una forma de actuar, una típica manera de reaccionar ante diferentes situaciones, un estilo personal de ser, con el cuál a veces nos va bien, y otras no nos funciona.
Es entonces que, en los diferentes grupos con los que convivimos, echan raíces nuestras dolencias, esas que nos llevan a consultar con un profesional. Raíces que generan conductas que no nos resultan las mas convenientes, que se enlazan con pensamientos que les dan sustento (y que mejor hubiese sido no tener), junto con una suerte de patrones que solemos seguir porque “siempre hicimos las cosas así”, patrones que son la base de pensamientos que solemos tener y que nos llevan a tomar actitudes con los otros, con los que nos relacionamos…
¿De modo que, si en grupo germinamos el motivo de nuestra consulta ¿Por qué no trabajar, para cambiar, también en grupo?
En un grupo terapéutico, los participantes ingresan por propia voluntad puesto que han tomado conciencia de estar pasando por alguna situación compleja, que los excede o sufren de algún tipo de patología y desean superarse y aliviarse. El grupo proporciona la posibilidad de intercambio constante, en el que la experiencia de uno puede ayudar al otro, como mínimo, invitándolo a pensar y pensarse en relación a los demás. Surge de la escucha interesada -puesto que los miembros comparten esos motivos que allí los convocaron- una interesante red de cooperación y sostén emocional.
Poco a poco, los participantes experimentan que la heterogeneidad enriquece, puesto que, ser diferentes, y poder vincularnos mas allá de las diferencias, nos da la posibilidad de crecer y salir de las aparentes cápsulas de seguridad que nos fuimos construyendo, para sentirnos cada vez mas solos y vulnerables.
Cada integrante del grupo entiende, de alguna forma, lo que los demás integrantes están sufriendo, porque ellos mismos lo padecen o lo padecieron alguna vez. En ese contexto, todos quienes allí participan, en breve comienzan a experimentar la noción de ser escuchados y aceptados. Se encuentran con la posibilidad de salirse un poco de sí mismos y a veces, sorpresivamente, se observan dando una mano a otros. Eso alienta, alimenta, tranquiliza y motiva.
Ciertamente, habría una cantidad inmensa de tecnicismos para explicar las ventajas de la terapia grupal, ya sea desde el trabajo de roles, la cohesión grupal, la dialéctica, los obstáculos epistemofílicos, la transferencia, los supuestos básicos. La lista es interminable y debería quedar para algún otro artículo específico o focalizado en tales columnas teóricas.
Sin embargo, creo que ante la pregunta ¿Por qué la terapia grupal?, la respuesta seguirá siendo ésta: somos seres sociales, de allí extraemos los conflictos que nos motorizan, pero, si se nos va la mano, allí también encontraremos la solución.
Lic. Santiago Raggio
1 comentario:
Tuve mucho miedo cuando me indicaron hacer terapia grupal, pero todo cambió cuando empecé a ir al grupo! Sentí que los demás padecen las mismas cosas o parecidas y que todos las sufrimos, ninguno está ahí porque está feliz y la historia de cada uno es un motor para el otro, para saber que hay cosas mas graves, para saber que se puede, para entender que siempre hay otra forma! Es alentador ver a tus compañeros cada semana, que uno logre vencer un obstaculo es uno de los motores para querer intentar vencer los tuyos y genera alegria!! Al principio me daba miedo tener que exponerme, ahora es un espacio que siento necesario y me apena cuando hay vacaciones o tiempos de espera porque es un espacio que ayuda a crecer. Gracias! Anahí
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