Dentro de los trastornos psicológicos, los trastornos de ansiedad en la infancia son los cuadros más frecuentes. Alcanzan entre un 5 – 18%. Las niñas son más afectadas que los varones. Aproximadamente la mitad de los niños y adolescentes con trastornos de ansiedad tienen un segundo trastorno de ansiedad o un trastorno mental o del comportamiento.
En la consulta, cuando evaluamos a un niño, no debemos dejar de pensar en su entorno, su familia, el colegio, amigos cercanos, etc.; para poder realizar un diagnóstico y un tratamiento adecuado.
Los trastornos de ansiedad tienen, entre otros, un origen neurobiológico y una vulnerabilidad genética que hacen que un niño con este trastorno posea altas probabilidades de tener, por lo menos, uno de sus padres con un trastorno de ansiedad.
Los niños que tienen una mayor actividad en ciertas áreas del cerebro (llamadas hipocampo anterior y la amígdala), y que puede resultar hereditaria, tienen una mayor predisposición a desarrollar trastornos depresivos y de ansiedad, así como problemas de abuso de drogas, cuando lleguen a la adolescencia y la edad adulta, según ha determinado una investigación de la Universidad de Wisconsin.
En la cultura occidental, cuando un hijo demuestra temor o inseguridad, los padres instintivamente responden protegiéndolo y evitándole la situación de temor y exposición. Luego de un tiempo el niño se encuentra cada vez con menos recursos para enfrentar lo temido y por ende reafirmará su idea de que no puede ni podrá, perpetuándose así un circuito de sostenimiento de la ansiedad. La conducta sobreprotectora de los padres sostiene los síntomas de ansiedad de los niños.
Los trastornos de ansiedad infantil suelen estar asociados a otro trastorno de ansiedad. Todo niño que esté pasando por dificultades de este tipo, será reticente a irse a dormir, y tendrá insomnio de conciliación. Muchas veces sus ideas de miedo serán amplificadas cuando cierra los ojos. Los pensamientos dominan la conciencia en forma obsesiva y no permiten que el niño se relaje y se duerma.
Las formas de presentación se dan muy entremezcladas y es muy común encontrar síntomas de varios tipos de trastornos de ansiedad a la vez.
La sintomatología más frecuente es la del trastorno de ansiedad por separación, la cual se manifiesta fundamentalmente en el ingreso a la escuela primaria. Las características de este trastorno son las siguientes:
- Prevalencia: 2.4 a 5.4 %.
- Representa hasta un 50 % de la población infantil con trastornos de ansiedad.
- Presenta dolores somáticos frecuentes.
- El 95% alcanza la remisión, pero estos niños tienen alta posibilidad de desarrollar otro trastorno de ansiedad o trastorno del estado de ánimo en el futuro.
El trastorno se caracteriza porque estos niños sienten un miedo intenso a separarse de uno de los padres o a perderlo. A menudo el miedo subyacente a separarse del progenitor se traduce en reticencia a quedarse solo, o en pesadillas relacionas con esta separación. A los niños y adolescentes con este trastorno les cuesta ir al colegio, participar en actividades extraescolares, como cumpleaños, campamentos, o dormir fuera de la casa.
Los niños se niegan a separarse de sus padres, refiriendo temores excesivos que los llevan a crisis de angustia desmedidas y de difícil manejo para los padres.
El cuadro que sigue en frecuencia es el trastorno de ansiedad generalizada:
- Representa un alto porcentaje de los cuadros de ansiedad en la infancia con igual expresión en ambos sexos.
- La prevalencia en la infancia se estima aproximadamente en 3%
- La asociación con otro cuadro de ansiedad es casi la regla
- Los niños son descriptos como muy cautelosos y “pegotes” a sus padres.
Suelen manifestar este trastorno a través de cuadros somáticos, como palpitaciones, falta de aire, sudoración, dolor de cabeza, aunque el principal síntoma de este cuadro es el dolor abdominal difuso. Estos síntomas son reales somatizaciones de ansiedad, y no manipulaciones como muchas veces se concluye.
Estos síntomas afectan fundamentalmente el rendimiento académico. La máxima expresión se da en situaciones de evaluación, donde el niño sufre muchísimo.
Otro cuadro que cada vez encontramos con más frecuencia es el trastorno de pánico, sobre todo en la adolescencia. Los síntomas no difieren de los del adulto, aunque predomina la sintomatología somática más que la cognitiva- catastrófica.
Existe también el mutismo selectivo, cuadro de vital importancia en la infancia. Se ha relacionado a estos niños como los antecesores de los adultos con trastorno de ansiedad social (fobia social). Estos niños se niegan a hablar en situaciones sociales donde se espera que esto suceda. Generalmente este trastorno se hace evidente en el jardín de infantes. Participan de los juegos pero no verbalmente. Obviamente antes de arribar a este diagnóstico deben descartarse otras patologías como problemas de audición y lenguaje.
Otro cuadro es el trastorno por estrés postraumático. Los niños son una población muy vulnerable. Están expuestos a situaciones de violencia tanto o más que los adultos. Habría que preguntarse cuántos de los niños lo desarrollarán luego de haber sido expuestos a una situación traumática. Algunos datos sugieren que el 100% de los niños que fueron testigos de un homicidio o de un ataque sexual, desarrollarán este trastorno. En los niños, los recuerdos suelen aparecer de manera intensa y recurrente, en forma de imágenes. Son muy frecuentes las pesadillas. También suelen evitar conversar del suceso o realizar actividades que afloren el recuerdo del evento traumático.
También debemos tener en cuenta al trastorno obsesivo compulsivo. Se caracteriza por pensamientos intrusivos, repetitivos, o imágenes que aumentan la ansiedad, y por comportamientos estereotipados, rituales o actos mentales destinados a neutralizar la ansiedad.
La edad de comienzo se sitúa alrededor de los 8 años. La mayoría de los adultos con este trastorno refiere haberlo sufrido desde su infancia. La transmisión genética es muy alta. Generalmente los niños que padecen este trastorno tienen una actitud de irritabilidad constante, se manifiestan demandantes con los padres, y suelen poner a la familia al servicio de sus obsesiones y compulsiones. Es común que este trastorno tenga una alta asociación, con otros trastornos de ansiedad, con tics, síndrome de Tourette, síntomas psicóticos, trastornos del lenguaje.
Una vez que se realiza una evaluación diagnóstica, se decidirá cuál es el tratamiento más adecuado para el paciente. En la actualidad la Terapia Cognitivo-Conductual podría considerarse una alternativa de elección, ya que ha demostrado ser superior a otras técnicas. Es muy importante el trabajo con la familia y con la institución escolar a la que concurre el niño. También, en caso de considerarse necesario, puede utilizarse medicación, siempre bajo la supervisión de un médico especialista en trastornos de ansiedad en la infancia.
Dra. Carolina Quantin
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