miércoles, 20 de octubre de 2010

Crecer con miedo. La ansiedad generalizada en la infancia

Es natural que los niños experimenten miedos durante su crecimiento. El miedo constituye un sistema primitivo de alarma que ayuda al niño a evitar situaciones potencialmente peligrosas.

Los miedos infantiles pueden afectar hasta al 40-45% de los niños, son leves y al estar sujetos al ciclo evolutivo, son transitorios y desaparecen con el transcurso del tiempo. A partir de estos miedos, los niños comienzan a desarrollar habilidades motoras y cognitivas de afrontamiento que, a medida que se van adquiriendo, provocan la modificación en el objeto del temor.

Así como es común en los lactantes presentar temor a ruidos fuertes y a los extraños, relacionado con el temor a perder las figuras de apego, en niños pequeños prevalece el temor a la oscuridad, perderse o a criaturas imaginarias (monstruos).
Llegando a la edad escolar, se pueden mostrar temerosos frente a los animales, los fenómenos naturales (tormentas), a quedarse solos o lastimarse.
En niños mayores, aparece el temor frente a las situaciones nuevas, problemas de salud además de la preocupación por su desempeño escolar y social.

El miedo y la ansiedad tienen similitudes; ambos aparecen frente a situaciones de peligro o potencialmente dañinas para el individuo. La ansiedad se distingue del miedo porque no existe un estímulo externo específico que provoque esta reacción, viene de nuestro interior mientras que el miedo viene del mundo exterior.

Algunos niños frente a determinadas situaciones cotidianas presentan una ansiedad generalizada mayor al simple miedo. En estos casos, la ansiedad se vuelve excesiva, poco realista y persistente cumpliendo las características del cuadro de Trastorno de Ansiedad Generalizada (TAG) en la infancia, donde el niño presenta una preocupación excesiva  por una gran variedad de áreas, como acontecimientos futuros, desempeño, seguridad personal y evaluación social.

Estos niños presentan distorsiones cognitivas que provocan una percepción equivocada de la realidad y de los recursos que  tiene para afrontarla. Al mismo tiempo, el niño tiende a volverse hípervigilante, sintiéndose más susceptibles frente a la posibilidad de peligro y amenaza, imposibilitándoles relajarse y disfrutar de diferentes situaciones.

La edad media de los niños que  padecen TAG  es de 13 años y se da en la misma proporción en ambos sexos. Son niños perfeccionistas, tensos, ávidos de complacer a los demás y excesivamente maduros.

El niño con TAG se encuentra pendiente de las situaciones que en el pasado no resultaron positivas y espera negativamente que esa experiencia vuelva a repetirse, así como de aquellas situaciones que imagina vividamente que pueden ocurrir, llegando a experimentar intenso temor frente a la anticipación real o imaginada de las mismas.

En estos casos son frecuentes las quejas somáticas de dolor de cabeza o panza, tensión muscular, desconcentración, trastorno de sueño así como episodios de llanto, irritabilidad y ataques de rabia que pueden confundirse con desobediencia pero que en realidad son la manera que manifiestan sus miedos o una manera de evitar confrontarse con ellos.

Cuando los miedos se transforman en un trastorno que deteriora la vida social, familiar y académica del niño, debe pensarse en una adecuada intervención terapéutica. La Terapia Cognitivo Conductual se considera el tratamiento de elección para el trastorno de ansiedad por separación y ansiedad generalizada en  niños y adolescentes.

Siendo los trastornos de ansiedad alteraciones incapacitantes a corto y largo plazo, es importante  una temprana intervención que permita un cambio positivo en la vida del niño y su entorno, previniendo la agudización del trastorno en la vida adulta. 
Lic. Valeria Becerra