viernes, 29 de septiembre de 2017

TECNOADICTOS - Los peligros de la vida online - El nuevo libro de Enzo Cascardo y María Cecilia Veiga

INTRODUCCIÓN

“Las acciones de los hombres
son los mejores intérpretes
de sus pensamientos.”
James Joyce


Como profesionales de la salud mental, somos permanentes observadores de los cambios a nivel social, cultural y tecnológico, y de cómo estos cambios pueden impactar en la conducta humana.
Estamos siendo testigos del advenimiento y la utilización cada vez mayor de nuevas tecnologías, Internet en sus distintas variables, videojuegos, computadoras, notebooks, teléfonos celulares, smartphones, tablets. Y nos resulta llamativa la manera particular en la que algunos pacientes se relacionan con las mismas.
Alexander Luria, neuropsicólogo y médico ruso, expresó con claridad la relación entre la historia, la cultura y los procesos psicológicos del ser humano en la siguiente frase: “Parece sorprendente que la ciencia de la psicología ha evitado la idea de que muchos de los procesos mentales son de tipo social e históricos en sus orígenes, o que las manifestaciones importantes de la conciencia humana se han visto directamente determinadas por las prácticas básicas de la actividad humana y las formas reales de la cultura.”

¿Hacia dónde vamos?

No hay duda alguna de que los avances en tecnología nos cambian la vida. La tecnología es un producto social y es parte de un proceso complejo. Se crea a partir de instituciones, de personas que la producen y de usuarios que se apropian de ella y la adaptan a sus propios intereses y necesidades. Existe un ida y vuelta infinito en la relación entre la producción de nuevas tecnologías y su uso en la sociedad.
Ha sido así desde los principios de la humanidad. Cada invento que ha creado el ser humano, como las herramientas de metal, la rueda, la penicilina, por nombrar algunos, han sido cruciales para el desarrollo de la sociedad moderna.
La tecnología ha revolucionado, entre otras áreas, la comunicación interpersonal. La radio, el teléfono, los satélites, Internet han hecho posible establecer puentes entre personas que se encuentran en puntos opuestos del globo terráqueo. Es, simplemente, maravilloso.
A partir de la década de los noventa, con el uso extendido de Internet, se han producido cambios a nivel global que impactan directamente en nuestro comportamiento, en nuestra cultura y hasta en la manera en la que se estructura la sociedad. Son cambios paulatinos que, sobre todo quienes hemos vivido (y sobrevivido) gran parte de nuestras vidas sin Internet, apenas notamos en retrospectiva. Nos cuesta recordar cómo eran las cosas antes de que la red global se colara en nuestros trabajos, en nuestro tiempo libre, en nuestras relaciones sociales, etc.
Lo cierto es que vivimos en una nueva estructura social, que es global y en red. Una perspectiva tentadora si pensamos en el concepto de todo lo que podemos compartir. Sin embargo, esta nueva cultura está caracterizada por la búsqueda incesante de la autonomía y la individualidad. Son cambios sociales que también producen cambios en nuestro comportamiento. Ya no le preguntamos al diariero del barrio dónde queda tal o cual calle cuando estamos perdidos, la buscamos nosotros mismos en el GPS. Es cada vez más raro pedirle a alguien que nos saque una foto, ahora hacemos selfies. Es así como vivimos, inmersos en la cultura de la individuación como nueva forma de comportamiento social.
Estos cambios tecnológicos, culturales y sociales acarrean nuevos problemas y el desafío implícito de encontrar la manera de resolverlos. En relativamente poco tiempo, Internet se ha metido en nuestros hogares, trabajos y escuelas. Y atraviesa casi todo lo que conocemos hoy en día, incluso las enfermedades que puede ocasionar, y lo que a nosotros nos compete: la salud mental.

¿Un nuevo trastorno psiquiátrico?

Como dijimos, vivimos en la era de la tecnología. Cada vez dependemos más de ella para resolver situaciones cotidianas, para ser productivos, para interactuar con una o más personas en tiempo real, para obtener información inmediata, entre tantas otras cosas. Es innegable que utilizamos la tecnología para actividades que nos son significativas y necesarias. Uno de los mayores impactos de Internet en la sociedad moderna es el cambio progresivo de costumbres, que regulan e  interfieren con el comportamiento cotidiano. Por ejemplo, hace dos décadas nadie mostraba lo que estaba haciendo en un momento determinado a través de una foto para que fuera vista al instante por cientos de personas en una red social.
Por todo esto, nos es muy difícil establecer una línea divisoria entre necesidad y adicción cuando se trata de la tecnología. ¿Usamos Internet como herramienta o como vía de escape para aliviar nuestros problemas cotidianos? ¿Usamos Internet porque necesitamos obtener información o porque algo en nuestro estado de ánimo nos resulta displacentero y necesitamos un cambio?
A diferencia de otras problemáticas, en este campo encontramos que hay un delgado hilo que separa la normalidad de la patología. Estamos dando pasos gigantes hacia el futuro pero, ¿estamos preparados para afrontar las nuevas enfermedades que estos cambios acarrean?
El hecho de que haya personas que dejen de comer regularmente, dejen de salir de sus casas, abandonen actividades sociales, laborales y deportivas, cambien sus hábitos de dormir, dejen de interactuar con personas de carne y hueso, y las únicas relaciones que obtengan sea a través de la virtualidad, es un signo de alarma que nos invita a pensar dónde está el límite saludable en el uso de Internet y la tecnología.
No nos sorprende escuchar testimonios de personas que pasan más de doce horas al día conectadas, algunas transcurren días enteros sin dormir porque no han podido abandonar el juego online y otras reciben cantidades absurdas de mails en un solo día.
Es verdad, la vida está cambiando. Y aceptamos estos cambios, los abrazamos y los celebramos. Pero no hay forma de que podamos encuadrar estas conductas nocivas, su frecuencia y, sobre todo, sus consecuencias, dentro de lo que consideramos saludable. El uso indebido y la adicción a Internet se han convertido en problemas de salud a nivel global, y cada vez son más los estudios que revelan datos alarmantes.
Una prestigiosa revista científica, American Journal of Psychiatry, ha indicado que la adicción a Internet es considerado uno de los mayores problemas de salud pública que enfrentan países como Corea del Sur. En esta misma línea otro ejemplo es China, donde aproximadamente 10 millones de adolescentes padecen este trastorno.
En un estudio realizado en Holanda, diez importantes clínicas de adicción locales han reportado un creciente interés en el tema, al ver cómo el número de adictos a Internet crece en dichas instituciones de manera lenta pero constante.
A pesar de que la prevalencia en la población general mundial aún es baja, todo parecería indicar que estamos frente a un nuevo trastorno psiquiátrico. Es muy difícil estimar con certeza cuán grave es el problema debido a la popularidad y al alcance que tiene la red a nivel mundial. El hecho de que utilicemos Internet de manera cotidiana ayuda a enmascarar los comportamientos  adictivos y, en muchos casos, este trastorno es subdiagnosticado.
Para nosotros, como profesionales de la salud mental, esta nueva patología es todo un desafío. Por un lado, debemos ayudar a los pacientes a reconocer el problema como tal, identificar objetivos de tratamiento y reformular sus conductas para que puedan lograr el bienestar. Por otro, en simultáneo, tratamos de aprender a diagnosticarlo y tratarlo más rápidamente y mejor para reducir su impacto.
Independientemente del tratamiento terapéutico individual, creemos que hay políticas en salud pública que podrían generar un cambio social y, con suerte, frenar el incremento de este trastorno en la población general.
En ese aspecto, varios países han comenzado a tomar cartas en el asunto y promueven medidas y leyes para tener una cultura digital más saludable. Recientemente en Francia, por citar un ejemplo, ha entrado en vigencia una reforma laboral que reconoce el derecho a la desconexión (doit à la déconnexion) fuera del horario de trabajo. A partir de 2017, los empleados de empresas medianas ya no están obligados a revisar la casilla de correo electrónico laboral ni responder mails cuando no estén dentro del horario laboral pactado.

¿Todo está en la palma de mi mano?

Tiempo atrás, cuando éramos adolescentes, usábamos las palmas de las manos para mostrarle a algún amigo “las líneas de la vida”. Haciendo memoria, en tiempos de escuela siempre había alguien que decía saber leer las manos. Y nos divertíamos haciendo preguntas y predicciones acerca de nuestros futuros. Las palmas de las manos son, definitivamente, una parte muy importante del cuerpo. Son un punto de apoyo, son trabajadoras y amigables. Están siempre cerca y llegan a casi todo el resto de nosotros.
No debe ser casualidad que hoy en día ese espacio haya sido ocupado por nuestro smartphone, quizá siguiendo los mismos objetivos. Preguntale a Google y él te dirá qué te depara el futuro. Te lo dirá ya, en apenas un segundo, eficientemente y con una exactitud que ya casi no nos  atrevemos a cuestionar.
Todo al alcance de la mano. Esa es la promesa que el marketing que rodea a los smartphones intenta cumplir.
Nos han inducido a creer que necesitamos que todo sea rápido. Si es posible, inmediatamente. Nos gratificamos con un “me gusta” en Facebook, o con un mensaje en Whatsapp. Creemos que estamos interactuando con otros y que multitasking es lo que debemos ser si queremos tener éxito, solo porque está en nosotros tener todas las ventanas abiertas que queramos.
El problema es que algunos investigadores aseguran que estos aparatos tienen un efecto negativo en el proceso de toma de decisiones. Está comprobado que en muchas situaciones nos distraen, al punto de hacernos perder la noción de espacio mientras los usamos. Ese es uno de los motivos por los cuales está prohibido usar el celular mientras conducimos un vehículo. La ventaja obvia de  hacer varias tareas al mismo tiempo es, a la vez, una desventaja. Nuestra capacidad de atención se encuentra dividida, interrumpida por mensajes que entran continuamente en nuestro aparato. La consecuencia es un déficit en la memoria debido a un proceso de atención parcial y un estado de anestesia emocional, y la consecuente dificultad para tomar decisiones.
Otra consecuencia de los smartphones es el cambio en el concepto de intimidad, de lo público y lo privado. Por ejemplo, se ha borrado la línea entre el trabajo y la vida personal, ya que el empleado está conectado durante todo el día con el entorno laboral a través del mail y el celular.

¿Ser o no ser (invisible)?

Seguramente, todos hemos escuchado debates ardientes acerca de si las redes sociales son buenas o malas. Nos separamos como sociedad en dos extremos opuestos: nos gustan o no nos gustan. Pareciera haber un sentimiento de amor/odio con respecto al uso de las redes. Durante años hemos visto a personas cercanas decir con orgullo “Yo no tengo Facebook”, casi como un acto de rebeldía. Y también hemos visto a unos cuantos sucumbir ante lo que parece inevitable.
Las redes sociales nos sacan del tan temido anonimato. Hemos reemplazado el miedo a la soledad por el miedo a ser invisibles, cibernéticamente hablando. La soledad virtual es sinónimo de pocos amigos en Facebook, pocos corazones en Instagram o pocos seguidores en Twitter. Y la lista sigue. Si no hay audiencia, pareciera que nadie nos ve. Ser visibles ante los demás o no ser nadie, ese es el gran desafío. Ser invisibles, estar virtualmente solos, nos aterra de la misma manera que la posibilidad de que nos rechacen o excluyan.
Las redes sociales nos han hecho creer la ilusión de que tenemos el control. Puedo controlar la privacidad, puedo admitir personas en mi cuenta e incluso ejercer el derecho de permanencia en mi grupo social/virtual. Puedo eliminar o, incluso, bloquear personas de mi vida con solo apretar una tecla. Puedo hacer todo eso y más, en la palma de mi mano. Y los otros pueden hacer lo mismo con uno, así de fácil, con el escudo invisible que les proporciona la pantalla.
Las redes sociales han borrado las diferencias entre lo íntimo, lo privado y lo público. Ya no importa lo que “es”, sino lo que se “muestra”, y cuánto y cómo se lo muestra. Lo virtual nos promete un escape de la vida real y, curiosamente, caemos en la trampa de creer que lo que allí sucede, también es real.
¿Será que el hábito de adquirir lo último en tecnología tiene que ver con la necesidad de ser admirado, reconocido, apreciado? ¿Será que el lado oscuro de esta panacea virtual está relacionado con la causa de nuevas patologías, más casos de trastornos de ansiedad en la población general, más sentimientos de frustración, menos control en otras áreas de nuestras vidas?
Este libro es un compendio de lo que sabemos, de lo que estudiamos, de nuestra experiencia profesional y de testimonios recogidos a lo largo de tantos años dedicados a la clínica, a atender personas con trastornos de ansiedad y que tienen dificultades con el uso de la tecnología.
Años dedicados a escuchar, a prestar atención, a reflexionar, a pensar con el paciente adelante nuestro.
Hay mucho por investigar y mucho por hacer en este campo, que crece a una velocidad que es casi imposible de seguir.
Les compartimos las preguntas que nos hicimos al pensar este libro, esperando que se apropien de algunas y también sean las suyas, y que estas páginas se conviertan en una herramienta para algunos, en un aprendizaje para otros y, quizás, en el puntapié de una consulta generada a tiempo.
Escribimos las respuestas a las preguntas con un eje siempre en mente. Una pregunta tan cortita y tan compleja a la vez: ¿Qué vida quiero vivir?

Los invitamos a navegar por estas páginas de papel y a reflexionar con nosotros.

viernes, 12 de mayo de 2017

¿Cómo nos impacta el estrés?


Los trastornos de ansiedad están íntimamente relacionados con el estrés, se retroalimentan mutuamente.  A mayor estrés, la persona se encuentra más vulnerable a que se intensifiquen sus síntomas.
Para obtener el alta terapéutica y lograr una buena calidad de vida es necesario que la persona cuente con estrategias para su manejo.
Afortunadamente contamos con tratamientos en varios formatos para enfrentar al estrés de manera más adaptativa.

¿Qué es el estrés?
La discrepancia entre las demandas que actúan sobre un organismo, ya sean demandas internas o externas, retos o metas, y el modo en que la persona percibe sus posibles respuestas a estas demandas, da lugar al estrés. El estrés es pues definido como una relación particular entre el individuo y su entorno, donde lo crucial es la percepción del potencial peligro del estímulo, el cual sobrepasa los recursos para hacerle frente. Esto demanda un esfuerzo de adaptación para responder a esa exigencia.

Permanentemente en nuestra vida nos enfrentamos con situaciones estresantes: conflictos y exigencias laborales, inestabilidad económica, inflación, tránsito, piquetes, inseguridad, organización familiar, etc. El estrés produce cambios fisiológicos que preparan al organismo para enfrentar al estímulo amenazante, lo preparan para la lucha o huida. El cuerpo produce sustancias químicas para obtener fuerza y energía extras; aumenta la presión arterial, el ritmo cardíaco y la frecuencia cardíaca, la sangre se dirige a los músculos y al cerebro. Además se inhiben las funciones que no son necesarias en ese momento.

Esta reacción química ante el estrés es un proceso fisiológico que evolucionó a lo largo de millones de años. Vivimos tres millones de años en la selva, tres mil años en la granja, trescientos en la fábrica y solo unos sesenta con la tecnología moderna. Por esto la gente reacciona a los problemas de hoy con las respuestas primitivas de ayer. Cuando el estrés era primordialmente físico, cuando nuestros antepasados luchaban contra tigres, por ejemplo, realmente tenían que luchar o huir para sobrevivir. En la mayoría de los casos hoy, el estrés es de naturaleza diferente. Hoy lidiamos con problemas del mercado, domésticos, laborales….

El estrés de hoy se debe, en parte a los estilos de vida modernos. La tecnología ha revolucionado de manera radical nuestras vidas: lo que necesitamos saber, los problemas a resolver, los aparatos y aplicaciones digitales…han expandido nuestros mundos personales. Se estima que en la actualidad nos enfrentamos con mil veces más acontecimientos que nuestros abuelos. Pero el tiempo que contamos para tomar decisiones sigue siendo el mismo. Y las relaciones personales, que podrían ayudarnos a encontrar un sentido de pertenencia, con frecuencia son frágiles, cambiantes y complejas.

Este conjunto de reacciones del organismo representa una respuesta de emergencia para enfrentar el estímulo peligroso, para luego retornar al equilibrio. Es un mecanismo diseñado para actuar de forma aguda, como una reacción de corta duración. El problema sobreviene cuando la respuesta de estrés se prolonga en el tiempo o se presenta con tal frecuencia que el individuo no puede retornar a sus valores normales. Es cuando hablamos de estrés crónico.

Las señales del estrés crónico son tan familiares como perturbadoras: desde tensión muscular, dolores de cabeza, colon irritable, ansiedad, insomnio hasta patologías más severas como trastornos psiquiátricos, cardíacos, entre otros. Tenemos la impresión de que la vida es una lucha, una persistente sensación de pérdida, de estar atrapados, desesperados e impotentes para obtener nuestros objetivos.

¿QUÉ PODEMOS HACER?
·      Soy pasional, no puedo manejar mis emociones.
·      En la familia somos así, nos afecta todo.
·      Estoy desbordado, no puedo hacer nada.
·      Cómo no vamos a estar mal, si nos pasa de todo.

Estos pensamientos son característicos de las personas afectadas por estrés.
Pero así como esos pensamientos y creencias se han aprendido, se pueden reaprender otros modos de interpretar los acontecimientos, más realistas.
Ocuparse de las cosas que le interesan, contribuye a que se logre una buena alianza entre cada uno y su entorno. Cuando uno sabe lo que quiere, lo que puede hacer y lo que su ambiente le ofrece, puede tener una visión más realista con sus expectativas y decisiones. 

El conocimiento es el primer paso para lograr el autocontrol.
Actualmente contamos con estrategias para aprender a reducir el estrés que depende de cada uno, y amortiguar el impacto de los estímulos que no controlamos.
No podemos anular el estrés, pero sí podemos vivir mejor si lo manejamos de manera adecuada.

Lic. Verónica Tamburelli

jueves, 5 de enero de 2017

¿Qué es la Fobia Social? ¿Cómo se trata? ¿Individual o grupal?

Desde hace mucho tiempo a María le gusta Juan, sin embargo cuando logra aproximarse, todo intento de iniciar un diálogo queda arrasado ante el bloqueo mental y, en consecuencia, un fuerte sentimiento de frustración se apodera de ella. Se repiten, una y otra vez, frases como “se va a dar cuenta que estoy nerviosa”, “percibirá que soy una tonta”, “no le voy a gustar”.

Gustavo decidió realizar una consulta médica, cansado de que el temor a hablar en público impacte negativamente en su calidad de vida. Progresivamente fue incrementando el número de actividades que necesitaba evitar para aliviar su ansiedad, convenciéndose con frases como “no tengo ganas, me aburro”,  “estoy cansado”,  y así lograba permanecer durante la mayor parte del día en su casa y en soledad, con un estado anímico decaído.
  
Como María y Gustavo, muchas son las personas con Trastorno de Ansiedad Social (TAS), que sienten un intenso malestar y/o una ansiedad desmedida en diversas situaciones sociales, durante las cuales el temor a ser observados y evaluados negativamente cobran protagonismo.
Pensamientos del estilo: “se darán cuenta que soy un incompetente”, “percibirán que estoy nervioso”, desencadenan un amplio abanico de síntomas como sudoración, ruborización, alteraciones en el tono de voz, bloqueo mental, palpitaciones, tensión muscular, malestar gastrointestinal, sensación de ahogo. Muchos de ellos fácilmente percibidos por el interlocutor, lo que contribuye a la retroalimentación entre el miedo, la ansiedad y la evitación, propios del TAS. 
Escenarios como hablar por teléfono o comer en público, dialogar con desconocidos o con personas de autoridad, asistir a una fiesta, o el simple hecho de caminar por la calle, se convierten para estos pacientes en una verdadera odisea.
El aspecto común a estas situaciones es el temor excesivo a la evaluación negativa, cualidad básica en los sujetos con fobia social. Vale aclarar que el individuo no sufre por el temor a las situaciones sociales propiamente dichas, sino a la posibilidad de ser juzgados negativamente en ellas (independientemente de la situación). Lo que sucede es que estos pacientes perciben una simple “probabilidad” como un hecho concreto, es decir sobrestiman la chance de ser observados, rechazados o ridiculizados, y en consecuencia mantienen un constante estado de hiperalerta (agotador y estresante) ante una amplia variedad de escenarios percibidos como amenazantes.
Sentir ansiedad en determinados escenarios es algo frecuente (y hasta podría decirse esperable) entre la gente, sin embargo, cuando la intensidad es elevada, como la frecuencia de aparición y de duración, y el grado de conducta de evitación es constante, hablamos en términos de Fobia Social.

La Fobia Social puede ser tratada con eficacia por medio de la Terapia Cognitiva Conductual, cuyo tratamiento plantea procedimientos empíricamente validados.  
Tradicionalmente se ha dividido el tratamiento cognitivo-conductual de la fobia social en cuatro tipos de procedimientos:

Estrategias de relajación: proporcionarán al paciente medios para afrontar la ansiedad.

Entrenamiento en habilidades sociales: enseñar habilidades sociales adecuadas, tanto verbales como no verbales, con el fin de mejorar las competencias y conductas interpersonales.  

Exposición a las situaciones temidas: estrategia básica de la intervención con pacientes con fobia social. Con el objetivo de que el sujeto logre superar la evitación, y pueda exponerse gradualmente a las situaciones temidas para que la ansiedad disminuya.
 
Reestructuración cognitiva: los factores cognitivos juegan un rol determinante en el desarrollo de la fobia social. Vimos que el temor al escrutinio o a la evaluación negativa, constituye un problema en la percepción de la conducta y los motivos de los demás. Por lo tanto, las intervenciones que aborden las percepciones y los pensamientos distorsionados serán relevantes durante el tratamiento.

Sin dejar de mencionar la psicoeducacion, estrategia terapéutica mediante la cual se brinda información al paciente acerca de la enfermedad, para proveerlo de herramientas que le permitan ser proactivo en el tratamiento y la comprensión de su enfermedad.

La Fobia Social, es uno de los cuadros psicopatológicos que mayor beneficio obtiene con  tratamientos terapéuticos de formato grupal. Porque la modalidad del encuadre propicia las condiciones necesarias para que el sujeto pueda afrontar aquello justamente genera ansiedad: la interacción social.
Bajo un ambiente de confianza, vinculado a personas con idénticas dificultades, coordinado por profesionales, se generan las condiciones adecuadas para que progresivamente el paciente disminuya la sintomatología.


Lic. Brenda Campos